El idioma de la humedad, de Camila Mardones Vergara

Comentario al libro El idioma de la humedad – Camila Mardones Vergara (2022) – escrito por Marcela Domine.

En el idioma de la humedad se abren las grietas de las bocas, y las lenguas se multiplican y transforman. Al principio, se habla el idioma de la infancia, donde la madre es certeza y ausencia. Como un nuevo Génesis, “al comienzo estuvo la casa” y con ella la humedad del nacimiento. Porque hay madre, hay herencias, y ese ciclo garantiza la vida:

en la guerra del vuelo guerra del parir guachos

herederos de tu azotea y sus llamas

no te preocupes mami mami mamita

nuestra casa fue un sótano que tirita su frío

(Mardones, 2022: 19).

¿Pero qué vida es esa, vida huérfana, vida de ausencia y desarraigo? ¿Donde la casa es helada y la madre, ausente?:

Mirabas a través del vidrio

del ventanal más grande de la casa

Éramos dos niñas jugando en el frío

con los labios morados y los ojos

en el cielo

y tú mirabas a través del vidrio

que era todo un puerto lluvioso

que era todo un río felino

que era todo tu grito de madre, sin madre

(Mardones, 2022: 11)

¿Cómo decir esa vida infante más que como niña siempre amenazada al abandono y a la muerte? La niña representa las marginalidades, lo improductivo del sistema, pero sin dudas también, simboliza el devenir puro de un nuevo principio:

se transforma en niña

niña llena de pequeños monstruos amables

niña llena de ojos de pequeños monstruos amables

niña de imágenes nuevas en los ojos

de esos monstruos que

entienden el lenguaje del agua y de la tierra

(Mardones, 2022: 15)

El apóstrofe lírico, ese tú que en el comienzo es madre, se torna polisémico a medida que el libro avanza y se reviste de ecos naturales, ancestrales, otros maternares (“madretejido”). Porque madre ya no habla el lenguaje de la vida, sino “el idioma de tus huesos”, el de los cuerpos arrojados ahí a lo no vivo, “el cáncer de la madre”, “tu cuerpo arrullándose al pedir ayuda”, “…la cámara lenta”. Y ese idioma no puede ser hablado por los vivientes, convoca al silencio y o al devenir-animal; por ello requiere inventar otros lenguajes:

sólo queda una piedra en la garganta

un ciervo herido gritándole a la muerte

desde su pecho

el olor de su madre la humedad de una casa

de infancia piensas en ella

en el primer sorbo del día té frío lágrimas y

una araña en forma de pez

el sabor de mi sueño repites

abres la hoja el blanco quieres decir casa

y dices sueño sueño sueño sueño mío

mi boca toda llena de harapos

(Mardones, 2022: 21).

La piedra en la garganta, los trapos que la cierran, dejan hablar un único idioma: el lenguaje de la guerra. Es el fin del humanismo, en el territorio agrietado y roto por las violencias del capital. En esos momentos el único idioma posible es el silencio y la huída, los cuerpos migrantes que deben salir de su tierra convertida en “esqueleto de fantasma”.

En esta guerra de las violencias contra lo natural, se registran las pérdidas. Una profunda melancolía tiñe la primera parte del libro: abandonar, dejar atrás sin demasiada resistencia. Ya la casa se ha ido en las corrientes de la inundación, y solo queda llevar los restos de la casa de la infancia a cuestas:

Te regalaré una casa, mamá

Recordaremos el motivo del viaje, verás

Aunque hoy la patria arrastre

río abajo la casa nuestra

(Mardones, 2022: 17).

La primera catástrofe es la inundación, que todo lo lleva, la desacralización de los humedales, última esperanza de las carnes de la tierra. Las aguas se llevan la casa, los cuerpos, las identidades y lo conocido como había sido. Lo que deja son fotos de los muertos y cuerpos desmembrados:

Un cuerpo fragmentado busca fugársele

al encierro

No hay más que agua, en este suelo

agua llena de peces suicidas

agua llena de ojos de peces suicidas

agua llena de imágenes tristes de los ojos de peces que

se ahogan en las madrugadas y reviven

en los ocasos del agua que

se transforma en tierra

(…)

Es el diluvio el castigo de algún Dios

Son los huesos

el relave

la dictadura un arroyo un hueso

El idioma de la humedad se construye como una lectura biopolítica de la catástrofe chilena y latinoamericana, ya que refracta los ecos de las violencias múltiples: las dictaduras del capital y de la política simbolizadas en el relave, un lodo líquido de los desechos provenientes de los procesos mineros, formados por rocas molidas, agua y minerales. 

dime cuál es tu lecho corazón de pecera

manglar blanco

deletrea luz terrible de abandono

y dime cómo sabe la mañana entre mis piernas

y tú trizada amarrándote a mi tinta

La dictadura ha llenado los ríos de cadáveres, ha enfermado los ríos, y además, en su alianza con el capital, ha arrojado las toxicidades a las aguas, ha desviado los cauces y ha devuelto las aguas a la tierra, pero el humedal ya no está y se vuelve inundación:

espejo negro en el que nos miramos los adentros

piedra negra un país comiéndose a sí mismo

le duelen las orillas canta la ópera de la bajamar

bajamar se derrumba

(Mardones, 2022: 46).

Dictadura-fin del “bios”. Ya se preguntaba Foucault: “En un sistema preocupado por respetar a los sujetos de derecho y la libertad de iniciativa de los individuos, ¿cómo puede tomarse en cuenta el fenómeno “población”, con sus efectos y problemas específicos”1. En el proyecto de muerte de la última etapa del capitalismo, la población se redefine como migración, las familias se disgregan (“la humedad de la casa en nuestros dientes/guarda fotografías de los muertos”), los territorios se degradan (“tú y yo vivimos en el barro/el barro se llevó nuestra casa/el dolor en las manos/del río”), los cuerpos se desmembran:

No hay ritual para la salvación nuestra

MADREMÍA

sobre nosotras morirán los animales congelados

en la primera era

(Mardones, 2022: 16).

El giro animal: la dislocación de las identidades y los cuerpos da lugar a una vida que ya no tiene rostro humano. Es el Zoe, tiempo de mutaciones. Ante la catástrofe (nunca “natural”), es necesario adaptarse a una nueva inestabilidad. En el derrame de las aguas, volverse peces:

y soy entonces pez

y me hundo en las aguas de tu miedo a lo terrible

de tu miedo a lo abyecto

soy pez y dime si entiendes este grito bajo del agua

(Mardones, 2022: 81).

este es un canto de niños en ahogo

este es el canto de una ciudad 

que convulsiona en su desgarro

Entonces lo que queda es buscar el bosque, “cuerpo humedad” procurando el humedal, migrar hacia lo que todavía queda en pie en medio de la inundación:

un árbol resiste a la inundación primera

a la última

a la caída de nuestros templos en las sales

mi cuerpo es un manglar en él habita la casa

dícese del refugio en las costas

(…)

oscuridad violeta nómbrese casa dolor primero

(Mardones, 2022: 46).

este humedal figura camino hasta un bosque

nos conduce lugar donde los búhos

y el fango nos esconden del disparo lejano

de la soledad y el frío

entre las raíces de un árbol viejo fundimos

nuestros cuerpos somos barro y oruga

somos oscura luna el silbido del lobo que huye

(Mardones, 48).

Como sostiene Gabriel Giorgi,  la presencia del animal en la literatura ya no tiene función simbólica, sino política. “El animal no naturaliza sino que politiza”2. Muestra las violencias que el capitalismo infringe a lo animal, y desde su cuerpo se expande hacia las territorialidades y corporalidades. La presencia de lo animal desafía los contornos del individuo y la individuación, y exhibe los cuerpos híbridos. En El idioma de la humedad, “la canción de los ciervos es el grito de la orfandad/el suspiro del huérfano es el himno abrazado/por quien vio su casa arrastrada río abajo/río arriba la herida” (Mardones, 2022: 55). Sin embargo, ese grito no es escuchado, los lenguajes proliferan y esa proliferación pone en crisis la memoria:

¿tienen memoria las piedras?

¿cómo podrían con tanto?

quizá por eso callan

como los coihues y sus historias

a quinientos años adheridas

(Mardones, 2022: 67)

Hay que aprender a hablar nuevos idiomas, porque los lenguajes humanos se silencian; ante la destrucción del territorio, “nadiedicenada”. “Hoy no conozco otro idioma/más que el idioma de la humedad”: la humedad que es llanto y río, es la marca de lo viviente que trae la última esperanza y la posibilidad de volver a empezar un mundo lejos de la muerte. El nuevo devónico. Es en el verde, donde los silencios son pacíficos, donde la herida ancestral se acalla:

Tu silencio es el silencio azul

del tambalear de esta rama

El pensarte es el bosque y la sinceridad de la savia

y también es la luz que visita a la hoja y se queda

en partículas dolorosas y danzantes

para traerte la nueva buena de su brote

Traje mi bestia a esta rama

Mi animalidad nunca pudo olvidar

la  ternura de tu aullido

(Mardones, 2022: 79).

La animalidad desafía los contornos y produce la interrogación sobre las formas. La literatura ensaya formas, o en términos de Julieta Yelin3, la literatura piensa, trabaja las formas para pensar lo viviente. Y esas interrogaciones formales están en El idioma de la humedad, en la reflexión profunda sobre cómo decir lo que todavía no se dice, cómo introducir en la poesía la epistéme del presente: por eso el libro interpela a la poesía misma, busca, desmarca, elabora nuevas codificaciones, arma y desarma lo ya dicho, se construye en el susurro y en el grito, recupera afanosamente ese murmullo que Michael Foucault percibió muy temprano como el código de aquellos que quedan fuera de la historia.

En uno de sus trabajos sobre las nuevas literaturas, Fermín Rodríguez habla de “la realidad biopolítica de lo corporal como objeto de un nuevo régimen de significación que, en última instancia, es un dejarse vivir y arrastrar por la crisis hacia espacios cualesquiera, inconmensurables y abiertos”4, como un modo de no reproducir las individualidades de la economía neoliberal. Es el “vivir afuera”, de Fogwill, que en el libro de Mardones es ir al bosque, internarse en otras construcciones culturales.

Adentrarse en un territorio-espacio desconocido vuelve imprescindible la elaboración de cartografías. O, dicho de otro modo, las biopolíticas de lo viviente redibujan los mapas. Ya desde el índice el libro hace un recorrido que remite a la nominación de un nuevo mundo. El bosque no es el espacio de lo humano sino de lo natural y para atravesarlo se requiere de esas cartografías, que son escrituras sobre el territorio.

mi cuerpo es un mapa una brújula te mira

levanta su lengua erosionada en lo líquido

quiere habitar las verdades nuevas

entre las mareas reconocerse oleaje

en la llama de un hogar abrirse

en mantras de tierra hacia tu boca

(…)

este cuerpo es mi casa

(Mardones, 2022: 52)

Esta es una manera posible de definir el proyecto de El idioma de la humedad: escrituras sobre el espacio, escrituras para hacer hablar al espacio y las territorializaciones, la escritura como recuperación de las territorialidades y de la memoria (“mi lengua un ecosistema”, 49). Sin embargo, el espacio que dibujan las cartografías del libro no son de cualquier lugar; diseñan claramente el territorio chileno:

veo llorar a mi madre aferrada a una mata de chacai

en sus manos hallo un paraguas

estalactitas y corales de aguas frías

qué de todo eso sirve como arma

(Mardones, 2022: 19)

en tu ojo un túnel con lengua y sangre salina danza

salina danza

(Mardones, 2022: 50-51).

Tu sangre mineral quiere envolverme en transparencia.

Me invitas a un sueño perenne.

Tus raíces se ensanchan.

Otros árboles enuncian nuestro nombre koihue.

Koihue, koihue.

(Mardones, 2022: 75).

Puerto Montt Quellón Maullín

Saludan las naves Javiera Andrea el barco

Reposa frente a los catamaranes geográficos

(Mardones, 2022: 94).

5.

Como proyecto biopolítico, el libro propone un tiempo postdistopía, una creación extrañada y se manifiesta en procedimiento de la inversión, que incluso supera las alternativas de la prosopopeya (personificación, animalización, animización, cosificación) para colocar al lenguaje en un límite: 

la corriente se deja llevar por tu cuerpo

tus raíces beben mi savia (66)

el coiwe susurra

un canto inaudible para los cazadores (79)

Para la bala del cazador es inaudible

el canto del helecho (91)

La voz del río adentro

me hallará en el cauce

el navío grita/como una bestia (94)

Es como un árbol al revés(…) Este lugar es nuevo (99)

Son recursos para expresar la inversión de las fuerzas: si las fuerzas de lo humano  son “la sarna de nuestra especie” (52), entonces hay que dejar todo atrás y construir otros hogares -o llevarlo encima. Y hablar otras lenguas porque la base de sustentación del humanismo (que distingue a los humanos de los animales) ya se encuentra en extinción. En su lugar, acontece el devenir animal, metamorfosis, nuevo pacto de futuro:

hay orugas saliendo del padre

hay babosas entrando en la madre

hay barro en tus manos, hermana

(…)subiendo como en el ritual

de larvas  y cucarachas

pequeños dioses de nuestra humedad

(Mardones, 2022: 71).

Aquí podemos ver la operación biopolítica central de este libro, la del cambio de “humanidad” por “humedad”. Este juego lingüístico sintetiza la apuesta epifánica del texto, de lo humano a lo natural, del bíos al zoé, del apocalipsis al génesis, de distopía a utopía, del silencio de la palabra articulada al grito de los bichos y la carne.

Marcela Domine

Sobre Marcela Domine

Egresada de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Docente de las cátedras de Teoría literaria desde 1994. Es Especialista en Procesos de Lectura y Escritura por la UBA y Cátedra UNESCO.

***

Notas al pie

1.Foucault, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica, Siglo XXI.

2.Gabriel Giorgi (2012). El “animal de adentro”: retóricas y políticas de lo viviente. VOZ Y ESCRITURA. REVISTA DE ESTUDIOS LITERARIOS. Nº 20, enero-diciembre 2012, pp. 181-194.

3.Yelin, Julieta (2020). Biopoéticas para las biopolíticas. El pensamiento literario latinoamericano ante la cuestión animal, LARC.

4.Rodríguez, F. (2017). Señales de vida: ficciones y territorios en crisis.

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