Una reacción en cadena y un conjunto, de Lucía caleta

¡Oh, la naturaleza! ¡Qué vasto universo de plantas, danzas, ciclos, colores, frutos, primavera! Ahora mismo veo a las flores que decoran mi escritorio, dalias abiertas como soles rosados, fresias blancas y rojas, perfumadas con sabor a caramelo y cambio de estación. Hasta los lazos de amor están prestos a la reproducción, saludan los pimpollos blancos, brotes forajidos, árboles que renacen del invierno y pájaros bebés a la mañana. ¡La naturaleza! Un vasto universo de palabras que ha existido siempre en la poesía. Nos recuerda, por ejemplo, a los cantos de trovadores bucólicos, jóvenes estudiantes de las primeras universidades medievales, que hacían sonar las cuerdas de sus lenguas romances con historias de amores fugaces o imposibles. Poetas de otrora que cantaban a la naturaleza, que escuchaban en el susurro de los ríos, bosques y montañas a las ninfas y musas de sus propios poemas. ¡Qué loco locus amoenus! La naturaleza antes era un lugar ameno, mágico e inspirador. Pero el encantamiento de las ninfas se esfuma año a año, sin vuelta atrás, ya no podemos tener esa mirada mágica, idealizada y recortada de una naturaleza que ha dejado de ser idílica. Cabe preguntarnos, ¿cómo hablar de la naturaleza en la poesía contemporánea?

Eso que llamamos naturaleza ya no tiene nada de natural, está atravesada por la cultura y la ideología. Las cosas fueron cambiando: ahora no hay campos salvajes, hay monocultivos, no hay piedras preciosas, hay extractivismo, no hay ciclos naturales, hay cultivos transgénicos, y más. La ecología, ese tema que nos cuesta tocar porque pone el ojo en nuestros platos y cómodas prácticas cotidianas, o porque parece demasiado inmenso, alejado, hacemos lo que está al alcance, separamos la basura, reciclamos, pero ¿qué más? ¿Qué podemos hacer? ¿La poesía puede hacer algo? El tema no es tan sencillo de abordar.

La pregunta crece y ensordece, ¿cómo hablar de naturaleza en la poesía contemporánea, cuando ya no podemos tener una concepción idealizada de ella, sin ser tampoco apocalípticos?

Lucía Caleta responde a la pregunta con su libro Una reacción en cadena y un conjunto (Palabras amarillas, 2022) y con las investigaciones que realiza hace años sobre literatura y ecología. Esta poeta cordobesa estudió Letras (UBA), artes visuales y botánica, como si intuyera la necesidad de combinar las disciplinas naturales con las artísticas. Da talleres de Literatura y Ecología desde 2019 y es docente del seminario de Ecocrítica en la Universidad de la Patagonia Austral y de Literatura Latinoamericana en la Universidad de General Sarmiento.

Una reacción en cadena y un conjunto combina géneros clásicos y contemporáneos, la égloga y la escritura natural, hace brillar en la poesía actual la antigua luz de los mitos. También tiene como antecedente a la literatura de ciencia ficción ecologista de Ursula K. Leguin, a quien cita al comienzo: “No sé si nuestra vida tiene un objetivo y no veo que eso importe. Lo que sí importa es que somos parte. Como una hebra en una tela o una hoja de pasto en el campo”. La hipótesis del libro de Lucía Caleta es que todo se conecta en la naturaleza: lo que hace uno afecta al todo, y todos somos parte de eso. Cada poema es una muestra de que ya estamos siendo parte de un conjunto y cada movimiento que hagamos afectará a los siguientes, aunque no los podamos ver.

Los poemas tienen como protagonistas a comunidades de mujeres, un guiño a la mitología feminista de las amazonas que gobernaban el mundo en paz antes de la llegada del patriarcado. En los poemas ellas son las vaqueras, las pastoras, las pescadoras, las leñadoras, las forasteras, un conjunto que vive y trabaja en y con la naturaleza, que se comunican con ella, como si fuera una compañera más, con una voz propia que se materializa en cursivas, permitiendo escuchar y ver lo que parecía invisible:

“Las acacias le dijeron a la pastora a dónde
construir la casa
estaba en el agua
y cuando salía caminaba sobre ella
pidan a los animales y que ellos las instruyan, canta,
mi casa está en el agua y cuando salgo camino
sobre ella. Soy una serpiente de pocos pasos,
un coral dentro del arrecife

sus cachorras aúllan y la pastora
canta: soy la planta
porque las plantas
no conocen fronteras”.

También hay un nosotrxs, siempre indefinido, pero poco hay de la tan extendida práctica de la poesía del Yo actual. Podríamos leer que parte de hacer una poesía ecologista es dejar de escribir únicamente desde el yo, pensar en nosotrxs, escribir sobre ellas. Los animales aúllan, ladran y cantan en los poemas con especial presencia, siempre tienen algo para decir que es clave para entender cómo avanzar y construir en esta nueva naturaleza que presenta el libro.

Escuchar, observar, detenerse, mirar con otres: “En un universo infinito cada punto puede considerarse el centro” se titula el poema de la página 19. En este poema un viaje en auto se detiene ante un animal herido al costado de la ruta, tema frecuente en la poesía amerindia de poetas como Simón Ortiz (miembro de la nación Ácoma, Estados Unidos). Para la visión del mundo de los pueblos originarios, los animales y las plantas son considerados personas y hermanos (de hecho son personas jurídicas con derechos en las constituciones de Bolivia y Ecuador), y una no dejaría a un hermano tirado al costado de la ruta. En el poema, llevan al pequeño castor a un río, intenta darle una continuidad a su existencia, lo devuelve al conjunto.

Otros poemas que intentan mostrar el contraste de la bella naturaleza que es sin embargo intervenida por los humanos como en “El equilibrio perpetuamente estable” donde las leñadoras cortan árboles para hacer pan, para llevar a la casa, y la poeta entra en contradicción: “¿Cuándo el calor/ es calor de hogar?”. El sonido de los cipreses que caen solitarios suena en cada final de verso y nos queda retumbando en el oído.

El poema que da título al libro, “Una reacción en cadena y un conjunto”, conecta al océano con las fábricas y el petróleo. Es un poema con sonidos acuáticos y consonantes líquidas (medusas, litoral, luminosidad, anémona, luminiscencia, marina, algas, olas, almejas, moluscos, tornasoladas) que, sin ser una bajada de línea, da cuenta de cómo todo eso se conecta. Con el uso retórico del encabalgamiento, los versos llevan el poema hacia adelante y permiten ver más allá del fantástico universo del agua:

“Saben las exploradoras que lejos
de la costa, de las nubes
de humo, de las fábricas de plástico
de las redes de nylon, del látex que chupa de los árboles
del bullicio, del papel, saben
que el mar es la promesa de un desierto, un misterio piramidal
de cangrejos azules y amarillos, de perlas
de rosadas perlas, de calamares, de peligrosos
calamares, una sierra nevada
una reacción
en cadena y un conjunto. Una masa de vapor
que absorbe todos los rayos (…)”

La repetición de la frase del título mantiene presente esa idea central del libro: todo lo que hacemos se conecta y deja huellas. Quizás el poema es un manifiesto que intenta generar conciencia sobre la importancia del agua para todas las cosas que mueven al mundo; es también una hermosa pieza de arte poético.

Los poemas abordan exhaustivamente el campo semántico de la botánica. La ecología está en el vocabulario y en la musicalidad de las palabras que elige. Palabras que susurran como el viento acariciando las hojas de los árboles, ritmos que remiten a los géneros ancestrales, sin dejar de ser una poesía del presente, sin nostalgia. Al leerla sentimos que cada una de esas historias podría estar sucediendo en este momento en algún bosque o río. Las acciones ocurren ahora, este es el momento ideal para empezar a tomar conciencia de que somos parte de esa cadena infinita.

La naturaleza, la ecología, la poesía: temas políticos que debemos abordar. Desde el presente, con belleza y musicalidad, como lo hace el libro de Lucía Caleta.

Reseñó: Anshi Moran

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