Hoy les compartimos un fragmento de uno de los ensayos personales o visiones del mundo que nos regala Anne Boyer en “Manual para destinos defraudados” editado por la Gran Zindo & Gafuri.
Agarralo y leelo
La mayoría de los libros contienen al menos una cosa terrible, aunque generalmente contienen muchas, y algunos llevan en su interior tragedias, holocaustos, aniquilaciones y dolores previamente inimaginables. Leer un libro es adquirir la lista de embarque de un barco repleto de problemas. Los libros albergan perversiones y prejuicios y son tan amplios como la ley a la hora de volverse contenedores de asesinatos, herejías y lujurias. Los libros hacen algo peor que contener lo peor: lo exponen en si mismos. Se despliegan. Se derrotan. Decepcionan, devoran el tiempo, perturban el espacio, distorsionan las cronologías. Los buenos acechan como fantasmas y, décadas después de haber leído un libro, puedo recordar sus eventos en una fuga, como si me hubiera casado con el filósofo alemán de Jo March o como si me hubiera ahogado con mi hermano en la crecida del rio Floss.
Los libros arruinaron mi vida y los amo. Amo la concentración que viene con la lectura, la rendición autoaniquiladora frente a los que están muertos o alejados, la tentación y la absorción y la travesía, pero como mucho de lo que amo, ninguna de estas cosas es edificante. Si un libro es prometedor, lo leo en una bañera llena de agua caliente y allí me quedo hasta que el agua se enfría. Es como introducir líquido amniótico en una biblioteca. Al leer en el baño, actualizo mi ignorancia fetal, porque al principio no sabía nada. Nací lamentablemente desprovista de lecturas.
A pesar de lo nefasto que ha sido para mí leer, la lectura no solamente es la amplificación privada de lo peor humano. Leer no es mero escapismo y soledad militante y evasión de todo –esto es, leer no es un acto exclusivo de las palabras y los libros- y una persona también puede leer los patrones de las aves migratorias o las líneas de la mano de alguien que pronto será su amante o los brotes de los robles o la mirada herida de un ojo o el peligro que se avecina o la gente reunida en las calles. El mundo existía antes de los libros y siempre existe fuera de ellos, y como una persona debería leer es como una persona debe leer –es decir, al menos doblemente, siempre en este mundo y buscando otro-.
