Este es un poderoso libro de la autora argentina María Negroni. Poderoso por dos motivos: por la lucidez con que encarna una tradición literaria, y por el ingenio con que la renueva. El universo es un lugar absurdo que solo puede salvarse (o del que solo podemos salvarnos) a través de la poesía. Una de las personas que más intensamente entendió este drama al que somos arrojados generación tras generación, es Emily Dickinson (Amherst, 1830-1886). Borges solía citar el concepto literario de Paul Valery según el cual “la Historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura.” Así, en este libro, la voz de María Negroni se confunde con la de Dickinson como si una empatía mágica hubiese abolido los siglos y la muerte, y Emily Dickinson y María Negroni fueran una sola y poderosísima voz.
Giuseppe Ungaretti escribió acerca de una de sus obras poéticas que “Este libro no es un diario. El autor no tiene ninguna otra ambición, y el autor cree también que los grandes poetas no tuvieron nunca ninguna otra, que dejar una hermosa biografía personal.” Negroni entendió que Emily Dickinson era una de esas grandes poetas. Hay, en estos poemas, una biografía, en el sentido más cabal que se pueda concebir: una biografía que conecta poéticamente a Dickinson con las esferas centrales de la vida: el deseo y la muerte.
Heidegger descubrió o redescubrió (tal vez nunca se descubra nada y la historia sea un incoherente ejercicio dialéctico de olvidos y redescubrimientos de lo que se ha olvidado) que la respuesta a la pregunta por el ser de las cosas funda, en realidad, el ser de las cosas, y que ahí reside, y en ningún otro lado, la naturaleza y la condición humana. Para entender qué significa esto, basta con leer este libro de María Negroni: cada uno de los poemas, y, sobre todo, su conjunto, es la respuesta a esa pregunta, y la refundación de un mundo, el mundo de Emily Dickinson, en el que ser de las cosas es producido por un lúdico movimiento de sentidos que emergen de una honda metafísica cuya lógica tal vez sea trascender la mezquindad de la vida.
Hay una abundancia vital e incluso vitalista en María Negroni, o en Emily Dickinson, un afán de trascender el propio ser y el vínculo aparente que une a todos los seres, una pulsión de vida que tiende fervorosamente a ir más allá de lo que la propia vida nos permite vivir. La psicología y la naturaleza son rehechas por ese impulso vital de trascender los límites que la vida nos impone (la escasez, la mezquindad, la muerte).
Pero detrás, o debajo (quién sabe verdaderamente dónde se aloja la realidad, que es invisible) hay una voz que sutilmente trasciende incluso la propia voz de Emily Dickinson. Si Emily Dickinson intentó componer una biografía deseada a través de su obra poética, María Negroni procuró, tal vez con éxito, penetrar con sus poemas, “a la manera de Emily Dickinson”, en las capas más profundas de su voz y llegar aun más cerca de su centro, de su más íntimo deseo de ser. Uno de sus poemas dice:
‘Nunca dije: hay un hay en los besos, esa frase me hubiera despertado. Estuve de pie en la encrucijada –falsa– del sí y del no, yendo y viniendo entre ser lo que quiero y no querer ser alguien. ¿Será que no entendí el coloquio de la Abeja?”. ¿O lo traduje a mi ignorancia a empujes y después no quedó cosa que me fuese mía? ¿Ni siquiera el sitio que me vio nacer, con sus almas tres mil, sus trineos, sus desfiles de ganado en octubre? No se sabe. Me queda un resquicio: morir. Dios tiene que empezar en algún lado.”
En el capitalismo vivimos bajo la ilusión de que somos individuos. Aunque la singularidad y la diferencia es uno de los atributos esenciales de nuestra humanidad, no lo somos. La literatura es la refutación más profunda de la falsa idea de lo individual, ya que su fin es la comunicación de la compleja y tal vez irresoluble experiencia humana del mundo. María Negroni llevó, en este sentido, la literatura a su extremo, al extremo que quería Paul Valery: se fundió en la experiencia de Emily Dickinson hasta ser ella y luego se desdobló para que, a través de la distancia de la singularidad de María Negroni, fuese posible para un lector conocer el espíritu que creó el mundo poético de la poeta norteamericana. Alguna vez creímos que las palabras tenían poderes mágicos. Con este libro podemos recuperar esa creencia, pues encierra, literalmente, el espíritu de Emily Dickinson. Quien lo abra, quien lo lea, se adentrará en ese espíritu y abolirá, a través de la palabra, las distancias que imponen los cuerpos y los años, y conocerá a la poeta como si estuviera dentro de ella, más allá del tiempo y del espacio.

Interesantísimo gracias!!!!!!