“El ser humano es un animal que se acostumbra a todo”, piensa Raskólnikov, el héroe de la novela Crimen y castigo. El triste contexto de esta frase parece ser una de las repeticiones más comunes de la historia. La nuestra, la argentina, repite la historia universal con especificidades que Maristella Svampa y Enrique Viale abordan, en Maldesarrollo (Katz), a través de una minuciosa y exhaustiva investigación sobre el tratamiento de los recursos de nuestro país. Al terminar el recorrido de esa investigación, el lector siente que se ha acostumbrado, habiendo tenido conciencia alguna vez –si es que alguna vez la ha tenido–, a hechos monstruosos desde el punto de vista ambiental, político, económico y, sobre todo, humano. Abundan los ejemplos de deshumanización de poblaciones enteras como consecuencia de aquel tratamiento, que lleva el nombre de explotación. Habiendo dicho esto, casi no tenemos que mencionar de qué manera se acercan a la naturaleza quienes constituyen lo que llamamos y concebimos como “el poder”. De esa cotidianidad atroz, que nuestra costumbre suele invisibilizar, trata este libro.
Creo que la investigación tiene dos virtudes, por lo menos: la lúcida percepción del conflicto, y el rigor científico con que es abordado. Algún lector de la capital federal (en donde la costumbre a veces se confunde con la frivolidad y el desprecio) puede pensar que el problema del tratamiento atroz de los seres humanos a través del tratamiento atroz de la naturaleza no le inspira horror porque ese tratamiento se da en un lugar lejano: en tierras que no ve, en minas que apenas si conoce. Permítaseme una cita larga para refutarlo:
El horizonte ambiental no es alentador. Así, por ejemplo, la problemática del Riachuelo es un reflejo de lo peor de Argentina; en ese espacio se conjugan de modo perverso contaminación, corrupción, predominio de poderes informales y una colosal desigualdad. La cuenca del Riachuelo tiene 64 km2 y atraviesa catorce municipios bonaerenses, además de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A lo largo de ella viven más de cuatro millones de personas expuestas a problemas respiratorios, gástricos y de piel. De estas, el 35% no tiene agua potable y el 55% no posee cloacas. Un informe de la Dirección de Epidemiología del Ministerio de Salud de la Nación, difundido en 2010, esto es casi dos años después de que la Corte Suprema de la Nación ordenara el saneamiento del Riachuelo a los estados nacional, bonaerense y porteño, indica que el 96,4% de la población de la cuenca está expuesta al riesgo ambiental, esto es, caso un millón de familias (Rocha, 2010). Asimismo, informa que el 33,3% padece problemas gastrointestinales y el 26%, respiratorios. Este problema se agrava si se toma en cuenta que 330 000 familias viven alejadas de centros de salud, 33 000 residen alrededor de fábricas altamente contaminantes y casi 3000 habitan asentamientos sobre los 400 basurales a cielo abierto que hay en la cuenca.
Nuestra política y nuestra democracia son un complejo engranaje que fabrica mentiras. En esas mentiras toman parte los que se hacen con el poder y, psicológicamente, todos. Una de esas mentiras es la tan esgrimida abstracción “país”. Uno se inclinaría a suponer que en un país sus recursos naturales se tratan en función de las necesidades de su población. Maristella Svampa y Enrique Viale enumeran los rasgos del tratamiento de la tierra (el principal recurso de nuestro país) de este modo:
En primer lugar, la orientación a la exportación, a la producción de comodities, a la gran escala y al monocultivo […] En segundo lugar, la búsqueda de mayor rentabilidad a través del monocultivo de la soja, lo que tiene como correlato la tendencia al acaparamiento de la tierra y la expansión de la frontera agraria, fenómeno que explica la mayor desforestación, la pérdida de biodiversidad, la expulsión de campesinos e indígenas y, en el límite, el notorio incremento de la criminalización y el asesinato de campesinos e indígenas. En tercer lugar, los impactos sociosanitarios de la utilización masiva e intensiva del glifosato, a través de las fumigaciones, los que se tornan cada vez más visibles en las provincias sojeras.
Vivimos acostumbrados a habitar un país con millones de personas excluidas del sistema económico-cultural, como vivimos acostumbrados a que su fuente de riqueza pertenezca a una ambición que ignora la humanidad de esas personas y la vida de la naturaleza.
El quinto capítulo del libro está dedicado a la ambición minera. Svampa y Viale nombran más o menos así los rasgos de esa monstruosa ambición: los recursos naturales del mundo vinculados a esta explotación están concentrados en unas pocas empresas; en Sudamérica, esas empresas (que, por supuesto, en su mayoría no son sudamericanas) dejan en los países donde se radican un mínimo porcentaje de los recursos que extraen, es decir, esos países apenas si consumen lo que se produce con sus propios recursos; para esa producción que no reporta beneficios a la población se consumen agua y energía a escalas inmensas; el resultado ambiental de esa producción es la contaminación del aire y del suelo y del agua y de miles de seres humanos; las empresas, en connivencia con los gobiernos provinciales y el Estado nacional, inspiran la ilusión de que la megaminería es un “motor de desarrollo”, lo que es desmentido por la pobreza y el mínimo o nulo desarrollo de otros factores de la economía en las provincias donde las empresas se instalan, como es el caso de La Alumbrera, en la provincia de Catamarca, donde, a pesar de las tres décadas que lleva allí la empresa, los índices de desarrollo industrial son bajísimos, y en cambio son alarmantemente altos los índices de pobreza; las empresas mineras, en connivencia con los gobiernos provinciales y el Estado nacional, inspiran la ilusión de que esta actividad genera numerosos puestos de trabajo, lo cual es desmentido por la realidad del desempleo que rige las desdichadas vidas de los habitantes de esas provincias; los impuestos que el Estado cobra a las empresas son mínimos en relación a sus rentas, y los recursos naturales que estas consumen, como ya dijimos, son inmensos y, sobre todo, sostenidos por el Estado:
Respecto de los consumos, las mineras acceden a una gran cantidad de carburantes y energías, no solamente subsidiada sino también exenta de impuestos. Así, por ejemplo, como consigna Laura Gutman, los tres principales proyectos mineros de nuestro país –Bajo de la Alumbrera, Pascua Lama y Agua Rica– concentran un nivel de consumo de 395 MW, lo que supera la producción de la central nuclear de Atucha (375 MW): “Cada nueva mina a cielo abierto equivale a la incorporación de una ciudad de 300 000 habitantes a la red de suministros´ (Gutman, 2013: 62-63)”. Estamos, entonces, ante una enorme transferencia de recursos de la sociedad a las grandes corporaciones, que además se viene realizando en un contexto de déficit energético.
El sexto capítulo está dedicado al problema de la vivienda. Aquí se cuenta cómo esa necesidad vital de los seres humanos es convertida en el objeto de la ambición de riqueza. “Se ha impulsado la mercantilización de la vivienda hasta el paroxismo, convirtiendo a los inmuebles en una especie de commodity, una mera merancía, mera especulación, un bien de cambio”. Asimismo, se cuenta cómo desde el Estado se propicia la perversión de este negocio y cómo se abandona a las poblaciones: “Así, en los últimos diez años, en Buenos Aires se construyeron 20 millones de km2 y en el mismo período la población que vive en las villas de emergencia creció en un 50%.” Este capítulo deja en evidencia la impostura del Estado con respecto a uno de los problemas centrales de la vida. El Estado no solo no responde a las necesidades habitacionales sino que promueve la mercantilización y el negocio de la vivienda. El libro demuestra esta situación a través de un ejemplo: el grupo económico IRSA, aliado del Estado, posee 21 millones de m2 entre edificios, schoppings y terrenos; en cambio, la actitud del Estado frente a quienes carecen de vivienda es la del desalojo y la represión, como fue el caso de la ocupación del Parque Indoamericano, cuya narración encontramos en estas páginas.
La historia suele asumir la forma de una estafa; el presente, que siempre es el contexto de la historia, suele también asumir esa forma. Este es un libro indispensable para cobrar conciencia y asumir nuestra condición de estafados. No existe un país, no existe una sociedad en un sentido comunitario, no existe la democracia, no existe la justicia, y, peor aun, no existe en quienes detentan el poder la intención de que nada de esto exista. Estas ideas se crean y se difunden para sostener proyectos nacidos del afán de poder y de riqueza, que es lo que predomina sobre la democracia, sobre la justicia, sobre la sociedad. Esta investigación desmiente esos supuestos valores que invocan aquellos a quienes de manera absurda votamos periódicamente, y revela sus verdaderos motivos.
Martin Marchione
