Nueva reseña breve de nuestro librero, esta vez sobre la poesía de Jocobo Fijman:
Spinoza concibió una sustancia universal, identificada con la naturaleza y con dios, que subyace a todo lo que existe. Esa sustancia es la identidad que comparten todos los seres y todas las cosas, encadenados perfecta y necesariamente en su desarrollo. La poesía de Jacobo Fijman es una refutación desgarradora de esa hipótesis. En el primer poema de la edición que hoy ofrecemos, se narra que “se acerca Dios en pilchas de loquero / y ahorca mi gañote / con sus enormes manos sarmentosas; / y mi canto se enrosca en el desierto. // ¡Piedad!”. Toda la poesía de Jacobo Fijman parece ser el intento de recomponer un mundo desmoronado o a punto de desmoronarse.
Cada uno de los versos de su obra es la evidencia de que la vida humana es esencialmente un orden simbólico. Lacan pensaba que lo que subyace a ese orden, que sería “lo real”, es inaccesible. La paradoja es que la poesía, y la vida interior de todos (que es poética), es precisamente la búsqueda de lo real. La percepción, el mundo, el universo, emergen en los versos de Fijman como de un angustioso centro inasible, que acaso es “lo real” y que nunca terminó de nombrar. Los ojos, los caminos, los árboles, los puentes, los pájaros, las calles son elementos manipulados por la angustia y la soledad de la voz poética, son los elementos con los que esta voz crea pequeños mundos en los que el lector vive momentáneamente. En esos momentos sentimos que el fin primordial de la voz es liberarse de la angustia y de la soledad.
Sartre escribió que los poetas son como dioses que crean mundos irresponsablemente. Fijman parece más bien un dios que ha perdido y que quiere recuperar el sentido de la creación del nuestro. ¿No sintió Fijman la literatura como originariamente se la debe de haber sentido, como un intento de recuperar el origen y la íntima comunicación de todas las cosas? Tal vez una prueba de ello es el poema Antigüedad, donde el agua, la nada, el amanecer, los ojos, la angustia, el deseo, la soledad y el sueño de una cultura se combinan y giran rítmicamente hasta configurar un universo poético, que acaso alguna vez fue el nuestro y no lo recordamos.
Heidegger pensaba que el vínculo primordial del lenguaje con el universo (y, por lo tanto, del ser humano con el universo) es poético. La poesía de Fijman nos hace sentir que esa hipótesis es acertada. Tal vez comprendió que la memoria primordial de esa relación se había perdido y quiso, con su poesía, recuperarla. El lector que se adentre en estas páginas, de acuerdo a esta hipótesis, será como el primer ser humano que se supo ante un río, ante un árbol, ante una estrella, ante una lluvia, ante un dios, ante sí mismo. Ojalá ese lector exista y nuestra hipótesis sea acertada, y el instante primigenio de la vida humana en el universo se recupere con este libro.
Martín Marchione
