Nuestros libreros reseñan libros de forma breve. Hoy tres títulos para degustar de Abelardo Castillo, Emily Brontë y Sartre.
Del mundo que conocimos – Abelardo Castillo
El último libro publicado por Abelardo Castillo es una antología de sus cuentos. Uno de los rasgos que confieren a la prosa de estos relatos esa fuerza brutal y poética a la vez, es la honestidad literaria con que los construyó. Todo escritor escribe desde un concepto ideológico que, en la ejecución de la obra, se traduce en un concepto estético. La literatura, según Castillo, es un testimonio y un modo de conocimiento. Este concepto es el fondo y la forma de sus relatos, que a veces se traduce en la revelación de la brutalidad de muchas de nuestras pasiones y la capacidad de reflexionar sobre ellas cuando ya las hemos vivido. Esa mirada retrospectiva, esa voz, ese tono, es el de muchos de los cuentos de esta antología.
Además del universo a veces brutal de nuestras pasiones, hay algunos cuentos que encierran una pequeña historia social de nuestra cultura. Tal es el caso de Also Sprach el señor Núñez; o el caso de Por los servicios prestados. En el primero, la alienación del capitalismo queda evidenciada en la locura del empleado Núñez, que un día como cualquiera llega a su trabajo a persuadir o a conminar a los otros empleados de que el suicidio es el acto más sensato que pueden ejecutar; ellos, y toda su generación. En el segundo, un hombre que desciende de pueblos originarios, que está en la conscripción, en una circunstancia inesperada puede cobrarse venganza del jefe que lo humilló y también de la cultura occidental que humilló a la suya.
Por último, y para terminar de acercar el universo literario de Castillo a nuestro universo (recordemos que la unidad semántica que le dio a sus cuentos lleva por nombre Los mundos reales) podríamos mencionar El candelabro de plata, que nos sumerge en el inmenso interrogante acerca de la verdad y la mentira, luego de que el narrador protagonista redima o asesine al eslavo a quien llevó a pasar la navidad con él porque había tenido la genial idea de “hacer feliz a alguien”.

Cumbres borrascosas – Emily Brontë
Hay novelas que aprehenden las contradicciones más profundas de una época. Este es el caso de Cumbres borrascosas, donde la primer contradiccion se manifiesta cuando la autora, que lo publicó en 1847, lo hace bajo un seudónimo para sortear su condición de mujer. Catalina, uno de los personajes de la novela, no podrá hacer lo mismo. Por mandato social tendrá que casarse, hacerlo con un hombre de su alcurnia, y renunciar a su vida salvajemente romántica junto a un niño que su padre había adoptado en la calle. Tendrá un hijo, y morirá luego de dar a luz, cumpliendo y renunciando al mismo tiempo al mandato patriarcal.
Sandra Gilbert y Susan Gubar, en su ensayo Buscando el lado opuesto: la Biblia del infierno de Emily Brontë, señalan que la autora de Cumbres borrascosas era una ferviente lectora de William Blake; éste había desmentido que el infierno fuera algo malo, y dijo en cambio que las energías que lo componen son la sustancia misma de la evolución de la vida (prefigurando la filosofía de Nietzche); las autoras del ensayo leen en la infancia y adolescencia de Catalina esas energías que, cuando pierde la inocencia, es decir, cuando cae en el mandato social del patriarcado, se apagan, y con ellas también su vida.
La segunda contradicción que aprehende la novela es la de la lucha de clases que encarna Heathcliff: luego de ser menospreciado por la familia que lo adoptó y por Catalina por su condición de huérfano y de gitano, se va de la casa y vuelve con una misteriosa fortuna y, tras ser rechazado nuevamente por Catalina, la usa para hacerse con la propiedad de la familia que lo despreció y la de la familia del esposo de Catalina. A este respecto, Terry Eagleton señala en su ensayo sobre las hermanas Brontë que “su ascenso al poder simboliza al mismo tiempo el triunfo de los oprimidos sobre el capitalismo y el triunfo del capitalismo sobre los oprimidos”.
Brontë plasmó en su novela dos contradicciones que aun hoy son las que atraviesan nuestra sociedad: la lucha de clases del capitalismo y el patriarcado.

El existencialismo es un humanismo – Jean Paul Sartre
El 29 de Enero de 1945 Sartre dio una conferencia con el fin de sintetizar la doctrina existencialista. En ella deconstruye y reconstruye al ser humano partiendo de una idea central: no hay una naturaleza humana, el ser humano es lo que hace de sí mismo. De ello saca consecuencias que comúnmente no se asumen: el ser humano es libre y responsable de todos y cada uno de sus actos; no hay una moral objetiva, independiente, con la cual podamos juzgarnos; la moral con que juzgamos es la moral que elegimos desde la libertad que tenemos de hacernos a nosotros mismos. Pero esa libertad no se elige exactamente; esa libertad se asume o no se asume. Quienes juzgan desde una moral que dicen no haber elegido y que pretenden objetiva, juzgan de mala fe: no asumen que es la moral que han elegido.

Esa libertad es inherente a la condición humana, es su componente fundamental, y es incompatible con cualquier idea de Dios, que coarta esa misma libertad al postularse como moral objetiva. No hay una esencia de lo humano, ni Dios, ni moral objetiva: toda la responsabilidad de nuestras elecciones recaen sobre nosotros mismos. El problema de asumir la libertad es el problema de asumir la responsabilidad de lo que elegimos, y de que tenemos la posibilidad de elegir. De todo esto Sartre deduce que el ser humano es su propio proyecto, y que ahí reside el valor de su vida.
Ahora bien, Sartre descubre en todas estas reflexiones un hecho fundamental: nuestras elecciones no son gratuitas: comprometen a toda la humanidad. Cada elección que hacemos, la hacemos de acuerdo a una imagen del ser humano que postulamos como universal. De un modo más o menos sutil, el capitalismo y su democracia esconden este hecho. Releer esta conferencia puede contribuir a deshacer esa falsa idea, y a que asumamos la responsabilidad de nuestras elecciones, de lo que somos y sobre todo, de la consecuencia social de lo que somos.
Librero breve: Martin Marchione