Dijimos en una reseña anterior que Erasmo de Rotterdam descubrió que el rasgo diferencial de la humanidad es la locura. Expuso, en el Renacimiento, sus diferentes tipos desde los albores de la historia hasta sus días: las guerras, las religiones, las riquezas, las artes e incluso las ciencias serían el producto de un afanoso desvarío cuyo objeto, si la historia tiene un sentido, algún día se descubrirá. Ahora bien: el concepto de individuo recién se asomaba en esa época de nombre tan engañosamente alentador.
Pasaron los años y las décadas y los siglos, crecieron y se multiplicaron las ciudades, una nueva organización económica colonizó el mundo y transformó el concepto del poder y su ejercicio en todas las sociedades. Uno de los resultados de ese vértigo es el pasaje de concepciones colectivas de lo humano a la autopercepción de cada sujeto como un individuo frente a otros, y, por lo tanto, a la multiplicación casi infinita de la locura. Las letras no fueron ajenas a esos cambios: sus relatos comenzaron a registrar las perplejidades de individuos cada vez más aislados, cada vez más perdidos en la multiplicación de la locura, cada vez más incomunicados ante la proliferación de los pensamientos y de las pasiones en su mentes y en sus almas desgarradamente separadas.
El libro de cuentos que hoy recomendamos da cuenta de nuestra literatura y de nuestra época; o sea, da cuenta de algunas de las diversas formas de nuestras locuras. Sus historias han sido construidas con una precisión que solo el buen arte permite, y así, la búsqueda del amor paterno, el amor y su sentido de la propiedad y sus desilusiones, el afecto y el rencor entre hermanas, la resistencia a las convenciones sociales impuestas por la familia, el concepto del éxito y su búsqueda, la envidia y la maldad entre vecinos son algunos de los antiguos motivos que este libro, con lúcido arte, explora.
Acabo de darme cuenta de que el adjetivo “antiguo” no se condice con la novedad histórica señalada en el primer párrafo; la contradicción es solo aparente: los motivos que guían las acciones de los seres humanos son tan antiguos como los seres humanos; es su forma de entender esos motivos y es su forma de vivirlos lo que varía. En esta época de individuos, esos motivos sufren tantas variaciones como seres humanos existen en el mundo. El resultado es una diversificación de la experiencia y una complejidad comunicativa inabordables en nuestra cotidianidad, en nuestros pobres lenguajes cotidianos. Algunas familias normales, el libro que elegimos recomendar, es un intento bastante exitoso de reinvención de la lengua que corrige aquella situación lingüística traumática, que deja innombrados los motivos de nuestras identidades y, por lo tanto, que nos deja huérfanos de toda comprensión y de toda compañía. Es, por esa valiosa razón, un libro que vale la pena leer.
