Nueva entrega de Reseñas Breves, esta vez un cruce entre Borges y Sartre.
Una buena manera de leer un libro es haciéndolo dialogar con otro. Todo escritor y todo ser humano vive el mundo desde un cierto concepto ideológico. La diferencia es que los escritores plasman ese concepto en libros. Borges y Sartre han creado universos literarios diametralmente opuestos, porque sus conceptos ideológicos lo eran. Esta oposición puede hacerse patente en una comparación entre Los caminos de la libertad y Ficciones.
El concepto ideológico o visión del mundo de que hablamos está basado en una idea de la historia y del lugar que ocupa el ser humano en ella. “Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden –el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo– para embelesar a los hombres”, leemos en Tlon, Uqbar, Orbius Tertius. En un cuento en el que se narra la intrusión progresiva de un planeta idealista (en el sentido de la corriente filosófica) en el nuestro, las ideologías más opuestas son equiparadas y la historia real queda reducida a una búsqueda ciega e inútil de darle algún sentido. En La lotería en Babilonia leemos “Como todos los hombres, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles”; luego “debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería”; por último “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad: hasta el día de hoy, he pensado tan poco en ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazón”. Lo estremecedor de este cuento es que el destino de los seres humanos es la consecuencia de un azar impuesto (y esta contradicción conceptual es acaso uno de los aspectos aun no trabajados de la obra de Borges). Peor aun, los seres humanos no reflexionan sobre ese azar y saben que hacerlo es inútil. Y si no fuera el azar lo que decide, tampoco tendría sentido asumir el propio destino: ni lo dioses ni el propio corazón pueden ser indagados. Lo paradójico es que en ese país vertiginoso el papel decisivo de una lotería que finalmente se impone y domina las vidas de todos, sí ha sido una elección.
El problema de los personajes de los cuentos de ficciones es que apenas comprenden su destino y nada pueden hacer con él. Las ruinas circulares cuenta la historia de un hombre que sueña minuciosamente a otro hombre y quiere evitar, luego de darle existencia, que se sepa un mero sueño; al final, él mismo se da cuenta de que es un sueño de otro y de que es inútil intentar existir de otro modo. En El jardín de senderos que se bifurcan, un espía descubre que el tiempo no es lineal, sino que se ramifica constantemente hacia destinos diversos; cada persona, cuando se enfrenta a diversas alternativas, aunque lo ignore, en esa forma secreta del tiempo, no elige una sino todas, y así vive todos los destinos posibles en diferentes dimensiones temporales. Esa asombrosa idea suprime implícitamente el hecho esencial de la vida humana: el sentido de las elecciones es, precisamente, el optar por ser una cosa y no otra. Aquí lo que se equiparan son todos los destinos que cada cual puede vivir. Si todos viven todos los destinos, ningún destino vale más que otro; es decir, todos los destinos pierden su valor intrínseco: el hacer distinta de otras a la persona que lo vive.
Podríamos afirmar que Sartre intentó todo lo contrario. Los personajes de esta obra cuyo primer volumen ofrecemos, progresivamente comprenden su destino y lo asumen para transformarlo. Cada uno de esos destinos cobra su valor por oposición a otros, y la responsabilidad de todos ellos recae en las elecciones que los personajes hacen, primero sin saberlo, y luego a conciencia. Pero esa conciencia no es una conciencia individual o burguesa. Cada personaje, a medida que avanza en la trama de su vida, se sabe en relación a otros y a una historia universal. Sus elecciones son cada vez más conscientes, lo que significa que los hilos que los unen a los otros y a la historia son cada vez más visibles. La sexualidad, la libertad, las ideas y las acciones políticas son componentes ignorados y esenciales que hay en sus vidas; la sexualidad, la libertad, las ideas y las acciones políticas son los temas esenciales que descubren en cada uno de sus pensamientos y de sus sentimientos y de sus acciones. Ese descubrimiento, el descubrimiento de que son responsables de sus historias, y la segunda guerra mundial, que vuelve imposible el falaz argumento de la neutralidad (que no es posible frente a ningún tema), los obliga a enfrentarse a todas las elecciones de sus vidas, a todos los actos que las configuran, a cada uno de los pensamientos y de los sentimientos de los que están hechos, y a volver a elegir, una vez más, pero ahora habiéndose asumido a sí mismos políticamente (habiéndose asumido como artífices de sus destinos). Acaso ese el acto heroico del que todo ser humanos es capaz. He ahí el sentido de la historia para Sartre.
Se podrá objetar que Borges crea un universo literario diferente y que ese universo es autónomo; se podrá decir, además, que el género de ese universo es diferente del de Sartre. Mantenemos que un escritor plasma su visión del mundo en una literatura. Acaso Borges no pensaba distinto. Preguntándose por qué lo habían conmovido tan hondamente los relatos de Crónicas marcianas, escribió, prologando ese libro: “Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. […] En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main street.”
